lunes, 3 de diciembre de 2012

La nación más triste del mundo

Yo he venido a confesarme. No, señora, no me mire así. No he asesinado ni he robado. No sería capaz. No. Tampoco he faltado a ninguna norma, por más que alguna me pudiera parecer absurda.

Todo lo contrario. Yo, al igual que mis compatriotas, he intentado disimular. He fingido que soy oriundo de allá donde la gente sonríe y es cálida. He declarado en más de una ocasión que mis cimientos se encuentran en el agua más dulce, el verdor más rebosante, los cielos más serenos. Sí, así es. También dije alguna vez que pertenecía a la raza más noble. Le susurre a miles de oídos que allá, de donde venía, nacían los soles más prósperos.

Ay, señores. Ay, señoras. Hoy, viéndome desnudo ante ustedes, no puedo sino añorar todo eso que alguna vez dije. Me arrancaría el corazón del pecho porque esa anciana que comparte mi secreto, o ese niño que compartió mi cuna, no guardaran para sí tan afanoso llanto.

Mis señores, la verdad es que yo vengo de la nación más triste del mundo.

Vengo del vientre de una patria muerta. Una puta ha engendrado el destino de mis hermanos. Esa tierra, también aloja a la más cutre raza del planeta: criaturas que te escupen si les extiendes la mano, y te lamen los pies si les lanzas piedras.

En esa tierra que odio y que amo, he visto padecer a los seres más bondadosos y he visto reír a las bestias más despreciables.

No adelanten juicios, por favor. No se atrevan a sospechar que he salido de ahí huyendo. No. La Tristeza y la Impotencia, los dos ríos más acaudalados de ese ruin imperio, fueron los que me arrastraron hasta aquí, hasta las costas de este otro mundo.

Grito desde aquí a los sordos de mi país, a los cerdos que alimentan con sus entrañas el voraz apetito de quienes aplastan sus escrotos. Grito desde aquí, porque no sé adónde más pudiera ir. Y así es. Lo confieso, amigos. Lo confieso:

Yo vengo de la nación más triste del mundo.

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